LA LARGA MARCHA ROJIBLANCA

21 05 2010

Mas que hablar del partido, que todos vimos, me gustaría destacar lo mejor de la jornada del pasado miércoles. Me refiero al ambiente que generó la copa del rey por toda Barcelona y, especialmente, en la plaza de España y alrededores que era donde estábamos situados los seguidores rojiblancos. Es difícil transmitir el buen rollo y la solidaridad desplegada por la hinchada ese día, pero se intentará. Yo y mis colegas llegamos a mediodía en varios medios de transporte. Yo llegué en avión desde Madrid y prácticamente todos íbamos al partido. Hubo hasta una anécdota, al levantarse un pasajero y declarar públicamente que se había dejado la entrada en casa. Bajó del avión y se fue a por ella con la esperanza de que le cambiasen el billete por otro que saliese más tarde. No sé si llegó a tiempo. Otros colegas fueron en coche y nos dijeron que la carretera era una fiesta rojiblanca donde todos se pitaban al irse adelantando. Lo mejor fue al pagar los peajes. De algunos coches empezaron a salir cánticos que fueron seguidos por los demás, haciendo el pago algo más llevadero. El caso es que ya estábamos en Barcelona y habíamos decidido pasarlo bien fuese cual fuese el resultado del encuentro. Estuvimos por la plaza de España comiendo, bebiendo, saludando a los amigos y conocidos y cantando todo el repertorio de la grada sur. Las escaleras que suben a Montjuic eran una marea rojiblanca. Era impresionante verlo de lejos. Llegaba a emocionar, tanta gente que compartía los mismos anhelos y esperanzas deportivas. Sobre las siete y pico la gente empezó a moverse hacia el Nou camp. Para allá fuimos. Como el metro estaba colapsado se decidió ir por arriba cogiendo la carrer de les corts, que por cierto es enorme. Esta fue la gran marcha rojiblanca. Nunca en un partido o prepartido me lo había pasado tan bien. Éramos miles los que íbamos por la calle parando el tráfico para el estupor de los barceloneses. Ante tanta gente los coches no podían avanzar e incluso algunos se apuntaron a la fiesta pitando y deseándonos suerte. Es curioso, pero el Sevilla no es un equipo que caiga bien a la gente y los catalanes estaban con nosotros. La marea roja y blanca se desplazaba de forma lenta pero segura cantando y bailando. Los vecinos sacaban sus banderas del Barça y alguna bandera catalana que otra, y nosotros, siempre de buen rollo, cantábamos «que viva España». Para regocijo de la parroquia catalana les deleitábamos con «quien no salte madridista es» a lo que ellos se sumaban desde los balcones. Se me acercó un chico a pedirme fuego y  le comenté que era una pasada lo que estábamos viviendo, a lo que me respondió que si para mí era una pasada que me imaginase lo que significaba para él ya que era de Linares (Jaén) y no estaba acostumbrado a ver tanta gente. Dentro de lo que yo vi no hubo incidentes dignos de señalar excepto el cabreo de los conductores lo cual es comprensible. Con esta fiesta llegamos al campo del Barça a ver a nuestro equipo rodeado de los nuestros. Tenía unas ganas inmensas de entrar. No había estado nunca en el Nou camp y quería verlo. Siendo sincero, me esperaba que fuese algo más grande, pero me encantaron sus instalaciones (¡los servicios estaban limpios!)  y lo bien organizados que están.  Del partido mejor no voy a hablar. Ya vimos lo que pasó. Si quiero hablar del final del partido y del comportamiento de nuestra afición. No se paró de cantar y animar a pesar de perder. Casi ni se oía a los sevillistas, a los que felicito por el título. Son esos momentos los que hacen que el fútbol adquiera unas connotaciones que se salen de toda explicación razonable. Me emocioné. Hubo momentos que no me salía la voz. Los jugadores estaban destrozados por la derrota pero flipaban con su afición a la que regalaron varias camisetas. Fue una pena no ganar la copa. Pero me volví para Madrid con la impresión de que habíamos ganado algo más que un mero trofeo. El convencimiento de que nosotros somos los que hacemos grande a este club.


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